Ni en mis delirios más extraños hubiese pensado que acabaría el año como invitado en un Festival de Cine en el círculo polar Ártico, impartiendo clases a estudiantes de cinematografía rusos, con quince grados bajo cero en las calles heladas. Y, sin embargo, es exactamente lo que ha ocurrido. Y no podría estar más contento de haber aceptado.
El Festival Arctic Open se celebra en la ciudad de Arkhangelsk, orillada en el mar Blanco, una ciudad portuaria e industrial de 400.000 habitantes que sabe lo que es el largo invierno: no en vano desde allí salían (y salen) las expediciones al Círculo Polar Ártico. Arctic Open pretende, ya en su tercera edición, consolidarse como un Festival de los países del ártico (Rusia, Canadá, USA, Noruega, Finlandia, Suecia…) mostrando la diversidad de su cinematografía y su trabajo documental, normalmente enfocado en esas tierras remotas y, frecuentemente, inhóspitas.
La primera secuencia de Danzantes transcurre en Helsinki, y eso llamó la atención de los organizadores, que me invitaron a acudir al festival. También lo hicieron porque, como enfatizan, están orgullosos de afirmar que para algo se llama Arctic OPEN: para estar abiertos a propuestas diferentes y originales.
Mi primera sorpresa al llegar a Arkhangelsk (aparte del habitual escalofrío de pies a cabeza) fue la minuciosa y espléndida organización: traductores dedicados para cada invitado, programa de actividades personalizado con tablas por días y horas, excursiones y actividades paralelas, servicios de prensa y catering y proyecciones a lo largo y ancho de la ciudad. Desde el primer momento fue evidente que tanto la organización como la ciudad querían cuidar el Festival y darle el protagonismo que merecía. La entrada a la ceremonia de inauguración por la alfombra azul fue todo un espectáculo; los banquetes y fiestas de inauguración y clausura, bulliciosos y en lugares emblemáticos; los pases en museos, cines y edificios históricos, concurridos e impresionantes.
La segunda sorpresa vino de parte del público: a pesar de temperaturas que a mí me encerrarían en casa seis meses, y con múltiples films proyectándose simultáneamente en varios puntos de la ciudad, el público se presentaba en buen número en todos ellos y, lo que es más importante, estudiaba con detalle cada largometraje y realizaba preguntas relevantes y juiciosas en el encuentro posterior con los directores. Un público con una elevada formación cultural y un sincero interés por aprender y evaluar la propuesta cultural que le estaban haciendo.
Y la tercera sorpresa, cómo no, vino de las propias películas que pude disfrutar, y que en otras circunstancias, por difusión o por lejanía, me hubiese sido imposible ver en una sala de cine. Algunas de las que pude ver, sin orden específico: In the Cape Town Port, de Alexander Veledinsky; Islander, de Derek Pedros; The Battle, de Anar Abbasov; Where Man Returns, de Egil Haskjold Larsen; Wilcox, de Denis Côté; God Exists, her name is Petrunya, de Teona Strugar… En fin, un festín de cine con películas danesas, rusas, croatas, canadienses, noruegas…
Pero reservo lo mejor para el final: el factor humano, por supuesto. Mi encuentro con cineastas que se convirtieron en amigos como la directora turca Ece Soydam y su estimable film 67 49 32 North; la directora sueca de origen libanes Mitra Sohrabian (y su pequeño pero estimable film Melody through the ice); el canadiense Ludovic Dufresne y su cortometraje ganador Août, Septembre… todos ellos y algunos más como Eva Marie Svensson, Alex Rostotsky etc acabamos formando una pequeña familia aislada en el hielo y hambrienta de ver los trabajos de los demás. Fueron unas jornadas muy inspiradoras de las que regresas lleno de ideas, energía, y con ganas de volver a grabar.
El documental Danzantes se proyectó en dos sesiones separadas por unos minutos, primero en la Marfin House, un precioso edificio en la zona histórica de la ciudad, y más tarde en el Café Galería Stepanov, donde tuve la suerte de poder ver el documental mientras tomaba un vodka y un generoso trozo de pastel. ¡Quién da más!
Justo esa mañana, tuve el honor de dar un workshop sobre cine y danza en el taller que esos días estaba celebrando el cineasta Max Volokh en la universidad: Volokh estaba formando a jóvenes cineastas precisamente en esa materia, y habían recibido el encargo de grabar cinco cortometrajes de videodanza inspirados por el aire, tierra, fuego, agua y hombre. Tuve el placer de ver su trabajo (muy bien etalonado y editado) y la propuesta artística tan diversa grabada en parajes espectaculares, y posteriormente dar algunos consejos y charlar con ellos individualmente sobre su obra. Finalmente proyectamos algunas secuencias de Danzantes para comentar las diferentes aproximaciones en la grabación y el montaje posterior en función del tipo de danza y la textura de la coreografía. Mi agradecimiento a Max.
Y, por extensión, debo agradecer su simpatía y disposición permanente a mi traductora, Polina Sokolova, que hizo un extraordinario trabajo en lo profesional y lo humano y que acabó convirtiéndose en una buena amiga; a la directora del festival, Tamara Statikova; a la coordinadora de invitados, Maria Uglovaia; a la traductora Evgeniya Tanaseychuk; al manager del festival, Anatoly Samsonov; a la bailarina Susanna Vioushina; a la directora artística Angelika Valieva; a la directora Eva Valieva y, en fin, a un montón de personas más cuyos nombres he olvidado o son directamente impronunciables.
Una experiencia única de la que salgo enormemente agradecido, inspirado, y con un montón de sabañones. Gracias, Arctic Open y gente de Arkhangelsk. Mereció la pena.