El proceso de edición

Cualquiera que se haya sentado frente a la mesa de edición para realizar el montaje de un producto audiovisual estará de acuerdo conmigo en que esa es una de las partes más complejas, sufridas y gratificantes de todo el proceso. Lo que son horas de grabaciones aparentemente inconexas deben acabar tomando forma para dar un discurso mínimamente hilvanado. Y es, de hecho, el momento decisivo en que la pieza cobra vida e incluso sentido. Como si todas las piezas de Lego que tuvieses desparramadas por el suelo de la habitación tuviesen que acabar conformando un Ferrari, aunque te sobrasen varias. ¡O te faltasen!

Ando a mitad del montaje de un nuevo documental que ya he comentado en entradas anteriores. Y en el formato documental se dan una serie de obstáculos y ventajas añadidas. El obstáculo principal se basa en el hecho de que el guión (al menos en mi caso) es mucho menos estricto: no trabajas con un storyboard ni tienes un guión técnico detallado como sí sucede con las obras de ficción. No has grabado exactamente lo que necesitas (o casi). No ensamblas con la misma certeza. Eso no resta dificultad al trabajo de edición de ficción, al contrario: muchos directores basan su carrera en trabajar con el mismo montador porque saben que es una parte vital y porque conectará con su modo de narrar. En documental es, sencillamente, más caótico por el hecho de capturar de la realidad momentos inconexos y a veces espontáneos. Y ahí surgen las dudas: ¿Utilizar planos improvisados que técnicamente tienen muchos problemas pero de los cuales hay una única toma? ¿Qué sucede si el plano más emocionante que has conseguido está fuera de foco o se han cruzado tres señoras mirando a cámara?

La ventaja principal, al menos para mí, reside en la creatividad que estos retos te obligan a desarrollar. He realizado muchas grabaciones añadidas (lo que ahora llaman reshoots) después de sentarme a editar y darme cuenta de que la secuencia no estaba definida. Algunas de estas secuencias han acabado resultando en montajes en paralelo para superponer deficiencias y añadir una capa narrativa que ha acabado enriqueciéndola. Hay una necesidad de equilibrio entre la voluntad artística y la necesidad de apagar fuegos. Y a veces se consigue ese equilibrio. Y da una satisfacción enorme. Algunas secuencias pueden editarse en  unas pocas horas porque la idea y la ejecución han sido similares, o porque has visto claramente su solución. Pero con algunas otras, ay carajo, te esperan horas de orfebrería sin la convicción de que se resuelva a tu gusto. A esas hay que darles más atención y cariño, como a los niños difíciles.

Cuando he comentado estos aspectos con algunos directores, todos han estado de acuerdo en que la edición es el momento definitivo del acabado y seguramente uno de los fundamentales de un rodaje. Es también el momento en que dejas de reunirte con terceros, desplazarte por la ciudad y tener la cabeza en varias cosas al mismo tiempo, para encerrarte con tu idea y los materiales que has recogido, y comenzar a moldear algo que se aproxime a lo que habías planteado al inicio del proceso.

¿Y por qué menciono todo esto? Tengo dos buenas, poderosas razones. La primera razón es que el documental que estoy editando en estos momentos se titula justamente El proceso, y trata de indagar en cómo se genera una pieza musical desde el momento de la idea hasta su ejecución final. Inevitablemente hay muchas conexiones con mi trabajo actual y me apetece reflejar que, independientemente del campo artístico, la lucha creativa es similar.

Y la segunda razón, más poderosa si cabe, es que a veces uno necesita desahogarse ante la que se le viene encima. ¡Ay! Vuelvo a la mesa de edición, que esta batalla no está ganada todavía.

 

 

 

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