Un año más, la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de España organiza la edición de los Premios Goya, la número 38 desde su constitución y, un año más me invitan a la gala, lo cual agradezco enormemente. Este año la sede era Valladolid, una ciudad con la que que he mantenido una relación muy estrecha en los últimos años: no solo la productora María J. Gómez de EsArte, con la que he venido trabajando, tiene la sede allí, sino que mi largometraje Halffter: 90 compases se estrenó en la Seminci, que además me concedió el Premio Seminci Factory para el rodaje del cortometraje Frugal, que también se rodó en la ciudad. En fin, motivos más que de sobra para regresar, volver a ver a viejos amigos y disfrutar de su gastronomía.
La gala estuvo bien llevada, los presentadores tuvieron el punto justo de entretenimiento y reivindicación, los números musicales funcionaron muy bien (con mención especial al Procuro Olvidarte, canción de Hernaldo Zúñiga. Interpretada por Silvia Pérez Cruz y Salvador Sobral) y la avalancha de Goyas a La sociedad de la nieve enterró toda competencia posible. La organización estuvo bien, aunque yo agardecería que al menos los primeros treinta minutos después de la gala no sonase música atronadora porque, además de para celebrar a lo grande, muchos acudimos desde diferentes ciudades para volver a vernos y charlar un poco. Placer y negocios y eso.
Pero hubo tiempo para todo: desde el reencuentro con la actriz Alba Frechilla, la rusa Olya en mi cortometraje Frugal, a volver a saludar a Javier Angulo, antiguo director de la Seminci. Y, por supuesto, relacionarme con el mundo compositivo, con el que cada día tengo una relación más estrecha. Fue un placer estar con Alejandro Román, Juan José Solana, Luis Ivars, Xavi Capelles, Eva Gancedo y un largo etcétera.
En fin, un gustazo. El año que viene los Goya se trasladan a Granada, y espero tener el privilegio de poder acudir. La sensación de apoyo entre todos los miembros de la Academia solo se puede sentir en el riguroso directo de la gala. Como dijo la ganadora del Goya de Honor, Sigurney Weaver, era maravilloso ver cómo los compañeros de profesión se jaleaban entre sí cada vez que alguien ganaba una estatuílla. La familia de los Goya existe. Vamos a ver si la industria resiste.