La realidad puede estropear los mejores planes: sales de viaje y se rompe el motor del coche a los diez kilómetros; ibas a casarte pero tu novio tiene otra idea; esa escapada al golfo de México acaba con un vertido petrolífero en la costa de Veracruz. Ah, y el seguro no cubre lo de tu novio.
O, no sé: una pandemia de alcance global aniquila tus sueños inmediatos, y los del resto del planeta, en lo que tardas en chasquear los dedos.
Estamos preparados para resistir los pequeños inconvenientes que la vida nos va poniendo, e incluso somos bastante buenos engañándonos para ello: retrasando la visita al dentista porque aún no duele tanto, dejando ese correo urgente para mañana. Al fin y al cabo, mañana será otro día.
Bueno. A veces, mañana no es solo otro día: es el día en que, colectivamente, la realidad nos recuerda que existe por encima de nuestros planes y cariñosos auto engaños; y que los retos que troceamos en pequeñas pruebas diarias son, en realidad, enormes pruebas de supervivencia global. Como individuos y como sociedades.
Bienvenidos al 16 de marzo de 2020. Os escribo, cómo no, desde casa, en aislamiento obligatorio y cívico (porque ambas cosas son y deben ser compatibles). Procesando la información y las emociones como buenamente se puede, ahora que se parecen al tren de la bruja cuando tenía cuatro años.
Como a todos vosotros, mis planes se han alterado ligeramente. La semana pasada estaba haciendo una lista de invitados para el pase de mi documental en la Academia de Cine, y hoy estoy tratando de no fumarme los macarrones. Mi vecino sale a la ventana a tomar el aire con una máscara puesta y me saluda. Me preocupa mi madre, me indigna un político en la radio. Creo que estamos todos de acuerdo. En tu caso, es posible que tengas que ir a trabajar a un lugar público con el miedo en el cuerpo, que un familiar tenga una tos que no te gusta un pelo, que hayas enviado 700 memes por wassap y aún te sientas vacía. Estamos todos juntos en esto. Es un viaje de todos, siempre lo ha sido.
Cuando la tormenta escampe (que lo hará) y salgamos a observar el paisaje desolado, no quedará mas remedio que llorar las pérdidas y comenzar a colocar cada piedra en su sitio. Algunos negocios pueden cerrar para no volver a abrir, algunas personas no podrán regresar a trabajos que ya no existen. Del drama existencial se pasará a otro más banal. La pirámide de Maslow marcará las prioridades.
Y habrá sectores más afectados que otros, como le pasa a las cosechas. Dejadme hablaros del sector cultural, que es en el que intento ganarme buenamente la vida. Frágil y aparentemente prescindible, es uno de los más precarios y volubles y, sin embargo, es el que está llenando las horas vacías en vuestras casas, el que está distrayendo por unos minutos vuestras mentes y el que, probablemente, os esté dando estos días siquiera unos minutos de resuello. Y, además, en muchos casos lo está haciendo altruistamente, cediendo lo que de buena manera puede aportar: su música, su imagen, sus textos. Está contribuyendo por activa y por pasiva a hacer que la furia, la confusión y la duda sean algo más llevaderas. La cultura, como expresión personal y como suma de conocimientos, está siendo capital para no caer en la irracionalidad, la confusión y otros trucos que nuestro hipotálamo maneja como Juan Tamarit un mazo de Fournier.
La gente que se dedica a la cultura va a salir de este viaje por el infierno con cicatrices que otras industrias ni pueden imaginar. Muchos esfuerzos económicos se redirigirán (como debe ser) a recursos y necesidades inmediatas, inyectarán savia en la base de la pirámide y, hasta que la situación se estabilice, los agentes y sujetos culturales atravesarán un segundo desierto que espero no aniquile todo su potencial de proponer, sugerir y crear.
Dejadme pediros una cosa, lleguemos a un acuerdo: vamos a dejar que escampe, ayudémonos en lo posible, atendamos lo perentorio y, cuando los cimientos estén asentados, volvamos la mirada a la cultura y a sus diferentes manifestaciones. Será imprescindible entonces como lo está siendo ahora mismo. Podemos aguantar, (cualquier artista os hablará de precariedad con la naturalidad con la que un astronauta os habla de ingravidez) pero no somos a prueba de hambre. Y os necesitamos. Y nos necesitáis. No permitáis que se corrompa el otro alimento que os está ayudando a soportar lo insoportable. Defended el derecho como sociedad a recuperar lo que os define como tal.
Y, entonces sí, este cuento habrá acabado con final feliz.