Los carteles.
Bajo a por provisiones a una calle Atocha que podría declararse zona cero de varios cataclismos: sanitarios, sociales, económicos, culturales. Llevo unos guantes de plástico de los que dan en las fruterías, que son un trampantojo de supervivencia y una forma de decirle a los otros que, en la medida de lo posible, me protejo y les protejo.
Ahí están: los abogados de Atocha abrazados frente a una corona de flores marchita a pesar de la primavera. Los semáforos en ámbar avisando precaución a ningún vehículo. Y los carteles.
Detenidos en el tiempo. Carteles que anuncian obras de teatro, conciertos, películas. Madrid, 14 de marzo, reza uno. Paralizado en un muro donde habitualmente se amontonan unos sobre otros hasta formar una gruesa capa. Parecen una imagen extraída del pasado, pero es arqueología del presente.
14 de marzo. El cartel ha quedado suspendido en el día en que todo se detuvo y, con él, la imagen de la ciudad. Y la cultura de la ciudad, congelada en una escena imperturbable. «Siempre así», dice profético.
Hoy leía las declaraciones de la ministra de trabajo, sus estimaciones sobre el retorno a la nueva normalidad. Sin sorpresas, calculaba un retorno de las actividades culturales y de ocio hacia finales de año, quién sabe si hasta el imposible 2021. Y yo no hacía más que pensar en los carteles de la calle Atocha, y en cómo continuarían anunciando el evento del 14 de marzo durante muchos meses más, inamovibles, detenidos en el tiempo como sombras proyectadas sobre los muros de Hiroshima.
Y pensaba igualmente en el significado que esos carteles hieráticos suponían para las personas que se anunciaban a través de ellos, igualmente congeladas, en igual medida atrapadas en los colores desvaídos por las lluvias de primavera.
El sector cultural necesita una reconversión, creo que el debate está en el aire. Hay que buscar nuevas fórmulas, nuevos formatos y canales. Y en ello están pensando, me consta, desde muchos puntos de España, de forma frenética.
Pero, en lo que a mí respecta, ojalá pueda ser testigo del día que, al salir a la calle, haya nuevos carteles anunciando funciones, espectáculos y conciertos, y pueda salir de ese museo arqueológico en que se han convertido los muros de la calle Atocha. Aunque solo sea para saber que he escapado del pasado que todavía permanece.