Tenia que llegar. La tecnología estaba disponible, pero la adaptación a los medios digitales de difusión y distribución era inevitable. O tal vez tan solo era necesaria una pequeña pandemia para impulsarlo al necesario lugar que le corresponde. El streaming de artes vivas ha llegado para quedarse, por muchas razones diferentes.

Enumeraré solo algunas de ellas: registros audiovisuales, alcance de nuevos públicos potenciales, internacionalización, difusión, relevancia, adaptación a los nuevos formatos, interacción de disciplinas artísticas… La lista da para un análisis detallado, pero aquí tan solo dejaré entrever mis experiencias personales.

Durante estos meses para el olvido, lo que era una tecnología lista para el cultivo se ha convertido en materia prima indispesable de la comunicación. Hemos visto plataformas como Zoom subir en bolsa como la espuma, y a gigantes tecnológicos como Facebook y Google poner a punto sus propias plataformas. Lo hemos utilizado para ver a nuestras familias, para asistir a talleres y charlas, para trabajar. Seguramente nos habrá saturado su uso. Habría sido palabra del año de Fundeu si no hubiese tenido otros candidatos de más peso como confinamiento o coronavirus.

Seguramente habrá encontrado caminos más fértiles que otros, pero en el caso que nos ocupa ha sido imprescindible: las representaciones en directo de artes escénicas. 

Me vienen a la cabeza los auditorios vacíos, incluso ocupados con plantas, sin apenas público. Os pondré un ejemplo: el concierto de Los Halffter celebrado en la Fundación Juan March. Un auditorio completamente vacío con la única presencia de Cristóbal Halffter escuchando el estreno de su Cuarteto de Cuerda nº11 a cargo del Cuarteto Quiroga. Tan sólo el streaming del concierto consiguió que no se quedase en un evento encapsulado, inerte.

Yo ya había trabajado con las herramientas de streaming (OBS, Wirecast) y comprado el material para adecuarme a la nueva realidad (tarjetas capturadoras, emisores de señal de audio…) antes de que la pandemia se desatase, y debido a mis colaboraciones con música y danza y a su potencial. Las cuentas son muy sencillas de hacer: un concierto con una capacidad de 250 personas podía, de repente, ser visto y escuchado por 2500, desde diferentes partes del planeta y en tiempo real. Imaginad ahora un auditorio vacío que, sin embargo, está siendo disfrutado desde París, Buenos Aires o Granada. Estos son ejemplos reales de mi último encargo.

Este pasado mes de diciembre me encargué de dos conciertos emitidos en directo correspondientes al Festival COMA’20. Uno desde el Conservatorio de Getafe a cargo del Nuevo ensemble de Segovia y otro desde el RCSMM a cargo del Grupo de Música Contemporánea dirigido por Sebastián Mariné. Os dejo ahí arriba el enlace del segundo de ellos.

Fue un placer poder ver los comentarios en tiempo real desde diferentes ciudades y países, y convertirme durante las emisiones más en un realizador que en un director, decidiendo los cambios de plano según la participación de los instrumentos, insertando los textos y créditos, etc. El directo conlleva energías y emociones diferentes.

Para las artes vivas y escénicas este no es un recurso pasajero, un sucedáneo de lo real. La experiencia de asistir a un evento cultural en directo es irreemplazable, pero la posibilidad de alcanzar nuevas audiencias y conectar con ellas, exceder los aforos desbordándose hacia el exterior y fomentar la difusión de obras no es incompatible con nada, es imbuir con más energía al sector cultural. En el fondo, y siendo prácticos, más público alcanzado también significa dinero mejor empleado.

Y que el arte y la tecnología caminen de la mano no es tampoco un suceso coyuntural: es inherente al propio desarrollo de ambos. Lo extraño sería que no lo hiciesen.

El streaming ha llegado para quedarse, y las posibilidades que abre para determinados sectores son dignas de reflexión e impulso.

 

Streaming

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